martes, 17 de enero de 2017

CAPITULO DOCE LIBRO "LA RAZÓN DE MI VIDA"

 DEMASIADO PERONISTA: 

POR EVA PERÓN:


"Ahora ya pude comprender quien haya leído el capítulo
precedente que siendo así Perón en su grandeza, que unida a su
sencillez lo hacen genial, sea yo como soy: fervorosa y
fanáticamente peronista.
A veces me suele decir cariñosamente el mismo Líder
que soy “demasiado peronista”.
Recuerdo que una tarde después de haberle estado
hablando durante largo rato de... ¿de qué iba a hablarle sino de
él, de sus sueños, de sus realizaciones, de su doctrina, de sus
conquistas? me interrumpió para decirme:
— ¡Tanto me hablas de Perón que voy a terminar por
odiarle! — No se extrañe pues quien buscando en estas páginas
mi retrato encuentre más bien la figura de Perón.
Es que — lo reconozco — yo he dejado de existir en mí
misma y es él quien vive en mi alma, dueño de todas mis
palabras y de mis sentimientos, señor absoluto de mi corazón y
de mi vida.
Por otra parte, esto es un viejo milagro, un antiguo
milagro del amor que a fuerza de repetirse en el mundo ya ni
siquiera nos parece milagro.
Un día me dijeron que era demasiado peronista para que
pudiese encabezar un movimiento de las mujeres de mi Patria.
Pensé muchas veces en eso y aunque de inmediato “sentí” que
no era verdad, traté durante algún tiempo de llegar a saber por
qué no era ni lógico ni razonable.
Ahora creo que puedo dar mis conclusiones.
Si, soy peronista, fanáticamente peronista.
Demasiado no, demasiado sería si el peronismo no fuese
como es, la causa de un hombre que por identificarse con la
causa de todo un pueblo tiene un valor infinito. Y ante una cosa
infinita no puede levantarse la palabra demasiado.
Perón dice que soy demasiado peronista porque él no
puede medir su propia grandeza con la vara de su humildad.
Los otros, los que piensan, sin decírmelo, que soy
demasiado peronista, ésos pertenecen a la categoría de lo
“hombres comunes”. ¡Y no merecen respuesta!
¿Que por ser peronista no puedo encabezar el
movimiento femenino de mi Patria? Esto sí merece una
explicación.
— ¿Cómo va usted — me decían — a dirigir un
movimiento feminista si usted está fanáticamente enamorada de
la causa de un hombre? ¿No reconoce así la superioridad total
del hombre sobre la mujer? ¿No es esto contradictorio?
No, no lo es. Yo lo “sentía”. Ahora lo sé.
La verdad, lo lógico, lo razonable es que el feminismo
no se aparte de la naturaleza misma de la mujer.
Y lo natural en la mujer es darse, entregarse por amor,
que en esa entrega está su gloria, su salvación, su eternidad.
¿El mejor movimiento feminista del mundo será tal vez
entonces el que se entrega por amor a la causa y a la doctrina de
un hombre que ha demostrado serlo en toda la extensión de la
palabra?
De la misma manera que una mujer alcanza su eternidad
y su gloria y se salva de la soledad y de la muerte dándose por
amor a un hombre, yo pienso que tal vez ningún movimiento
feminista alcanzará en el mundo gloria y eternidad si no se
entrega a la causa de un hombre.
¡Lo importante es que la causa y el hombre sean dignos
de recibir esa entrega total!
Yo creo que Perón y su causa son suficientemente
grandes y dignos como para recibir el ofrecimiento total del
movimiento feminista de mi Patria. Y aun más, todas las
mujeres del mundo pueden brindarse a su Justicialismo; que con
ello, entregándose por amor a una causa que ya es de la
humanidad, crecerán como mujeres.
Y si bien es cierto que la causa misma se glorificará
recibiéndolas, no es menos cierto que ellas se glorificarán en la
entrega.
Por eso soy y seré peronista hasta mi último día, porque
la causa de Perón me glorifica y, dándome la fecundidad de su
vida, me prolongará en la eternidad de las obras que por él
realizo y que seguirán viviendo como hijas mías, después que
yo me vaya.
Pero no solamente soy peronista por la causa de Perón.
Soy peronista por su persona misma y no sabría decir por cuál
de las dos razones más.
Ya he dicho cómo y en que medida soy peronista por su
causa. ¿Puedo decir cómo y en qué medida soy peronista por él,
por su persona?
Aquí tal vez sea conveniente que den vuelta la página
quienes piensan que entre Perón y yo pudo darse un
“matrimonio político”.
Quienes lo crean así no verán en esta página sino
literatura o propaganda.
Nos casamos porque nos quisimos y nos quisimos
porque queríamos la misma cosa. De distinta manera los dos
habíamos deseado hacer lo mismo: él sabiendo bien lo que
quería hacer, yo, por sólo presentirlo; él, con la inteligencia; yo,
con el corazón; él, preparado para la lucha; yo, dispuesta a todo
sin saber nada; él culto y yo sencilla; él, enorme, y yo, pequeña;
él, maestro, y yo, alumna. El, la figura y yo la sombra.
¡El, seguro de sí mismo, y yo, únicamente segura de él!
Por eso nos casamos, aun antes de la batalla decisiva por
la libertad de nuestro pueblo con la absoluta certeza de que ni el
triunfo ni la derrota, ni la gloria ni el fracaso, podrían destruir la
unidad de nuestros corazones.
¡Si, yo estaba segura de él!
Sabía que el poder no lo deslumbraría ni lo haría
distinto.
Que seguiría siendo lo que era: sobrio, llano,
madrugador, insaciable en su sed de justicia, sencillo y humilde;
que nunca sería sino tal como le conocí: dando generosamente y
francamente su mano grande y tibia a los hombres de mi
pueblo.
Sabía que los salones estarían demás para él porque en
ellos se miente demasiado como para que eso pudiese ser
soportado por un hombre de sus quilates.
Yo tampoco ignoraba cuál tendría que ser mi conducta
para que resultase armónica con la suya.
Sabía que para armonizar con él necesitaba subir a
cumbres muy altas pero conocía como era maravillosa su
humildad descendiendo hasta mí.
Me atrevo a decir que me propuse formalmente que él
viese cada día en mí un defecto menos hasta que no me quedase
ninguno.
¿Cómo podía desear y hacer otra cosa conociendo como
conocía sus proyectos y sus planes?
Porque él no me conquistó con palabras bonitas y
elegantes, ni con promesas formales y risueñas. No me
prometió ni gloria ni grandeza, ni honores. Nada maravilloso.
Más: ¡creo que nunca me prometió nada! Hablando del
porvenir me habló siempre únicamente de su pueblo y yo
terminé por convencerme que su promesa de amor estaba allí,
en su pueblo, en mi pueblo. ¡En nuestro pueblo!
Es muy simple todo esto.
Es el camino que hacemos todas las mujeres cuando
amamos al hombre de una causa.
Primero la causa es “su causa”. Después empezamos a
decirle “mi causa”. Y cuando el amor alcanza su perfección
definitiva, el sentimiento de admiración que nos hacía decir “su
causa” y el sentimiento egoísta que nos hacía decir “mi causa”
son sustituídos por el sentimiento de la unidad total y decimos
“nuestra causa”.
Cuando llega este momento no se puede decir ya si el
amor por la causa es mayor o menor que el amor por el hombre
de esa causa. Yo pienso que los dos son una sola cosa.
Por eso digo ahora: ¡Sí, soy peronista, fanáticamente
peronista! pero no sabría decir qué amo más: si a Perón o a su
causa; que para mí, todo es una sola cosa, todo es un solo amor;
y cuando digo en mis discursos y en mis conversaciones que la
causa de Perón es la causa del pueblo, y que Perón es la Patria y
es el pueblo, no hago sino dar prueba de que todo, en mi vida,
está sellado por un solo amor."

Atte: SOMOS PERONISMO 

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