sábado, 29 de octubre de 2016

CLASE DE EVA PERÓN DICTADA EN LA ESCUELA SUPERIOR PERONISTA:

SEGUNDA CLASE DICTADA EL 29 DE MARZO DE 1951:





"En la primera clase que di en esta Escuela, para demostrar lo que es la historia
universal –que no es más que la base de dos historias: la de los grandes hom-
bres y la de las grandes masas-, dijimos que los individualistas creen que la his-
toria se basa solamente en los grandes hombres y que los colectivistas prescin-
den de los grandes hombres y creen en las grandes masas. Pero nosotros tene-
mos nuestra tercera posición, y es por eso que yo dije, en mi primera clase, que
nosotros aceptábamos a los grandes hombres y a las grandes masas como los
que pueden ser los constructores de una gran felicidad y de una gran prosperi-
dad.
En la clase de hoy vamos a analizar cómo se ha escrito la parte de la historia
correspondiente a los grandes hombres y vamos a tomar hoy siete puntos para
poder desarrollar esta materia de la historia del peronismo que me ha tocado a
mí dictar. En esta clase voy a exponer estos siete puntos y después les haré lle-
gar unos trabajos para que ustedes luego me los devuelvan, para que confron-
temos la historia universal, sobre distintos puntos, con la historia de nuestro
peronismo; o sea, a los grandes hombres de la historia con lo que es nuestro lí-
der, el general Perón, el grande, el genio y el creador de nuestra doctrina pero-
nista.
Existen indudablemente, desde el punto de vista de su relación con la historia,
varias clases de hombres comunes o mediocres, hombres superiores y hombres
extraordinarios. En esta clasificación no tienen nada que ver ni el origen, ni la
clase social, ni la cultura. Existen hombres mediocres y comunes entre los cul-
tos, y existen hombres superiores entre los humildes. Humildes obreros lo han
comprendido a Perón como no lo han comprendido los que se creían cultos, y
con eso han demostrado los obreros, los hombres humildes de nuestra patria,
que eran hombres superiores.
Esto no sucede por primera vez en el mundo. Frente a todos los hombres extra-
ordinarios, lo mismo que frente a las grandes ideas, siempre se han levantado
los sabios y los inteligentes para atacarlos, como así los humildes y los menos
cultos para apoyarlos. El caso de Colón, un humilde pescador, frente a los sa-
bios de la corte española; el caso de Cristo, a quien los escribas y sacerdotes de
aquella época negaron y, en cambio, humildes pecadores lo hicieron conocer
por todo el mundo y, además, lo apoyaron.
No puedo resistir a la tentación de analizar un poco este tema de comparación
de los hombres mediocres y comunes con los hombres superiores, sobre todo
porque yo aspiro a que cada peronista sea un hombre superior. No digo que
alcance a ser genial, porque los genios no nacen todos los días ni en todos los
siglos; pero sí ambiciono a que lleguen a ser hombres superiores, y es por eso

que nosotros queremos es esta Escuela hacer una diferencia entre el hombre
superior, el mediocre y el extraordinario, o sea el genio.
Nosotros, por sobre todo, tenemos al genio. Los peronistas contamos con los
hombres –y al decir hombres incluyo también a las mujeres- superiores.
Y el pueblo argentino, como todos los pueblos, por desgracia tiene también los
mediocres y hombres superiores que hoy vamos a tocar más profundamente. Se
entiende, vuelvo a decir, que al hablar del hombre me refiero también a la mu-
jer. Los mediocres no recorren sino caminos conocidos; los superiores buscan
siempre nuevos caminos. A los mediocres les gusta andar sobre las cosas
hechas; a los superiores les gusta crear.
Los mediocres se conforman con un éxito; los superiores aspiran a la gloria,
respiran ya el aire del siglo siguiente y viven casi en la eternidad. Un pintor que
suele copiar cuadros y otro pintor que crea, por ejemplo, uno es un hombre su-
perior, el segundo, y el otro es un hombre mediocre; por eso al creador se lo
define con el título de artista.
Los mediocres son los inventores de las palabras prudencia, exageración, ridi-
culez y fanatismo. Para ellos el fanatismo es una cosa inconcebible. Toda nueva
idea es exagerada. El hombre superior sabe en cambio que el fanático puede ser
un sabio, un héroe, un santo o un genio, y por eso lo admira y también lo acepta
y acepta el fanatismo.
Para un hombre superior, una idea nueva puede ser un descubrimiento de algo
grande, por ejemplo un mundo nuevo, como el mundo que descubrió Colón, un
hombre de origen tan sencillo. Un hombre común o mediocre nunca profundiza
una cosa y menos ama; el amor para él es una ridiculez y una exageración. Un
hombre superior, en cambio, es capaz de amar hasta el sacrificio. Muchas veces,
cuando los hombres aman hasta el sacrificio, son más heroicos. Yo, al ver que
hombres humildes de la patria quieren tanto a Perón y hacen sacrificios tan
grandes, pienso que estamos seguros, porque la bandera del pueblo, o sea la de
Perón, la de los descamisados, está en manos superiores.
Es por eso que nosotros debemos hacer una diferencia muy grande entre el me-
diocre y el superior. No porque un hombre tenga mucho estudio ha de ser su-
perior. Hay que hacer mucha diferencia entre los de gran cultura que creen que
lo saben todo, porque algunos tienen también la soberbia del ignorante, que es
la más peligrosa de todas.
Los mediocres nunca quieren comprometerse, y de ésos nosotros conocemos a
muchos. Son cobardes, nunca se juegan por una causa, ni por nadie; dirigentes
políticos de las horas buenas y aprovechadores cuando el río está revuelto. Yo
diría, funcionarios de esos, por ejemplo, que usan el distintivo solamente cuan-
do van a Trabajo y Previsión. No alcanzan a ser Judas, pero son tan repudiables,
La Baldrich - Espacio de Pensamiento Nacional
www.labaldrich.com.ar
que nosotros les llamaríamos Pilatos. Yo prefiero el enemigo de frente a un "ti-
bio", será porque los tibios me repugnan, y voy a decir aquí algo que está en las
Escrituras: "Los tibios me dan náuseas".
Yo admiro más bien a los hombres enemigos, pero valientes. Hay que tener
mucho cuidado con los Pilatos dentro de nuestra causa.
Dante ubicó a los mediocres, a los que no quisieron comprometerse ni con el
bien ni con el mal, junto a los ángeles, que no fueron ni fieles ni creyentes, pues
se dice que una vez los ángeles en el cielo se pelearon. Unos estuvieron a favor
de Cristo y otros en contra. Entonces, Dios, a los que estuvieron a favor los
mandó a la gloria y a los otros al infierno. Pero hubo uno de los ángeles, de esos
que abundan tanto, que no se comprometió; observador. Entonces Dios no lo
podía poner en la gloria, ni tampoco en La Divina Comedia –voy a hacer una
referencia-, al ponerlo a la entrada, dice Dante a Virgilio, que lo conduce: "Mira
y pasa", como diciéndole: "No vale la pena detenerse ante los que no quisieron
ni el cielo, ni tampoco los aceptó el infierno". El eterno castigo de los mediocres
es el desprecio. Y nosotros, además del desprecio, debemos ignorarlos. A los
mediocres los mata el anonimato. "Los mediocres –dice Elliot en su libro El
Hombre –son los enemigos más fuertes y más poderosos de todo hombre de
genio". Carecen de entusiasmo, de fe, de esperanza y, como es lógico, de idea-
les. Son los que se reían de los sueños de Perón, que lo creyeron loco o visiona-
rio. Otros hombres superiores creen en la belleza, en el amor y en la grandeza,
creen en todo lo extraordinario; por eso creyeron en Perón. Por cada día que
pasa nosotros nos damos cuenta de la estatura del general Perón.
El general Perón es de esos hombres extraordinarios que profundizan la historia
universal. Nosotros nos damos cuenta que tiene todo lo bueno de los grandes
hombres y que no tiene nada malo de los grandes hombres. Es por eso que los
hombres humildes de nuestra Patria –que yo voy a calificar de hombres supe-
riores de nuestra Patria, porque fueron superiores- vieron a Perón y creyeron en
él. Y es por eso que el general Perón, con muy pocas palabras, ha calificado a
esos hombres superiores, a esos hombres humildes de nuestro pueblo, diciendo
que lo mejor que tenemos es el pueblo.
Los hombres extraordinarios forman la tercera categoría, que es la de los hom-
bres que señalan rumbos y que jalonan la historia. Ellos son los sabios, artistas,
héroes, filósofos, y están también los grandes conductores de pueblos. A noso-
tros nos interesan, sobre todo y muy especialmente, los filósofos y los conducto-
res. Los filósofos son los que han pensado en mejorar los medios de vida del
hombre sobre la tierra. Pero tenemos en cierto modo una filosofía de la vida
nueva, ya que por filosofía nosotros entendemos una manera de encarar la vida
y algunos hombres extraordinarios se han creído y han enseñado a la humani-
dad cómo se puede vivir, y de una manera mejor. Estos hombres extraordina-
rios son los filósofos. Cuando los filósofos han tratado no sólo el problema per-
sonal, individual, del hombre, sino todos los problemas sociales del Estado, la

autoridad, la sociedad, el bien común, etc., entonces a este tipo de hombres ex-
traordinarios la filosofía los llama filósofos políticos.
Conductores. Para nosotros los conductores, tal como nos enseña Perón, son
aquellos que han hecho vivir a los pueblos de una manera determinada, lleván-
dolos como de la mano por los caminos de la historia.
Es esto lo que ha hecho el general Perón con nosotros. Tomó el país en un mo-
mento en que los argentinos habíamos perdido la esperanza, en un momento en
que los argentinos habíamos llegado a adoptar ciertos sistemas de vida, porque
los creíamos bien, porque los creíamos mejor, porque los argentinos, cuando
iban a comprar y encontraban "made in England", estaban mucho más conten-
tos que cuando decía "Industria Argentina". Y llegó el momento en que el pue-
blo había perdido la esperanza de encontrarse a sí mismo, llegó el momento en
que las fuerzas del trabajo, los obreros de nuestra patria, habían también perdi-
do la esperanza de un futuro mejor; llegó el momento en que, en el país, sus
fuerzas morales, materiales y culturales se estaban perdiendo en una noche que
no tenía aurora.. En ese momento llegó el general Perón; en esa noche llegó el
general Perón, y con una voluntad extraordinaria, con una clarividencia extra-
ordinaria y con un profundo amor a su patria y a su pueblo, fue abriendo la
selva y señalando el camino por el que el pueblo argentino lo iba a seguir para
encontrarse con este venturoso día que estamos viviendo todos los argentinos y
que tenemos que consolidar y legar a los argentinos del mañana. Para eso no
sólo hay que gritar: ¡Viva Perón!; para eso hay que comprenderlo, para eso hay
que profundizarlo y para eso hay que amar profundamente a la Patria y a las
fuerzas del trabajo, que es amarlo a Perón.
¿Por qué nos interesan a nosotros los filósofos, los políticos y los conductores?
¿Qué tienen que ver con la historia del peronismo?, dirán ustedes. Esta es mi
segunda clase y yo sigo hablando con persistencia sobre este asunto porque el
peronismo no se puede entender, ya que es una doctrina política, sino como la
cumbre de un largo camino, como una etapa, la más alta para la historia argen-
tina, y también -¿por qué no decirlo?- nosotros pretendemos que sea la más alta
para la humanidad en el progreso del hombre, y no se puede saber si una cum-
bre es más alta o más baja, si no se la compara precisamente con las demás, con
las otras cumbres, con las más altas.
Por eso estudiamos estos antecedentes universales con los cuales sabremos
nuestra propia estatura.
El Peronismo se precia de haber realizado, como yo lo dije hace un momento, lo
mejor de los sueños de los hombres grandes y aun por qué no decirlo con toda
franqueza y sinceridad, si ése ha de ser el lema de nuestra escuela- el haberlos
superado.
El Peronismo realiza los mejores ideales de los filósofos y conductores de todos
los tiempos, y para eso no hay más que estudiarlo, y ustedes me darán la razón.
De Sócrates, por ejemplo –el filósofo humilde de Atenas- ha tomado el pero-
nismo el deseo de que los hombres sean justos y buenos; como Sócrates, el pe-
ronismo predica la igualdad y la hermandad entre los hombres y el respeto a las
leyes, y aspira a una sola clase, que nosotros llamamos la clase de los que traba-
jan.
De Platón y de Aristóteles desechamos los conceptos de clases y de esclavitud
que ellos aceptaban, pero, en cambio, aceptamos lo mejor de ellos: sus altos
conceptos de la justicia como virtud fundamental del hombre que vive en la
sociedad y, como ellos, creemos y sostenemos en la doctrina y en la práctica, de
que por sobre la materia lo superior es el espíritu.
Se ha dicho mucho de nuestro movimiento que es materialista. Nada es más
falso. ¿O es que nuestros enemigos son tan cobardes que no quieren, tal vez por
vergüenza –y en esto tienen razón- ver que tenían sumergido a nuestro pueblo
por una explotación, que además de vergonzosa, no era digna de los argentinos,
porque no sólo los habían explotado materialmente sino espiritualmente, ya
que no les permitieron descubrir sus propios valores y sus propias posibilida-
des? ¿Es que no son capaces de reconocer que en 50 años, por no decir un siglo,
habían sumergido a nuestro pueblo? ¿Es que el general Perón, como conductor,
como patriota y, sobre todo, como argentino y como hombre que ama profun-
damente al hombre, no iba a solucionar un problema apremiante como era el
problema –si bien es cierto material- de la familia? Por eso, el entonces coronel
Perón, desde la secretaría de Trabajo y Previsión tomó para sí la ardua tarea de
resentir, tal vez, a los poderosos, no tanto por su doctrina, sino porque les tocó
un poco en sus intereses, les tocó el bolsillo, que es la "víscera" que más les due-
le. Además, les hizo sentir que en nuestra patria debían tratar a todos los argen-
tinos con la dignidad que merecen por el solo hecho de llevar el egregio apelli-
do de argentinos.
Es por eso que se atreven a decir todavía que nuestro movimiento es materialis-
ta, y ustedes, hombres y mujeres humildes, pero superiores, saben que nuestro
movimiento es eminentemente espiritual porque se basa en la moral y exalta los
valores morales del individuo y está por sobre la materia.
Uno de los propulsores del peronismo, para nosotros –sobre todo después de
haber escuchado las palabras del general Perón los otros días- es Licurgo. He
leído con gran cariño la vida de Licurgo, no precisamente porque me haya to-
cado el privilegio inmerecido de dictar esta clase sobre historia del peronismo,
sino porque siempre me ha interesado la historia de los grandes hombres y
porque Licurgo ha sido un personaje que hay que estudiar y comprender, ya
que cuanto más se lo lee más se lo admira.

Remontándonos a la antigüedad y observando un hombre que trabajaba ya con
un sentido tan justicialista, es por lo que el general Perón dijo los otros días que
Licurgo fué quien realizó, tal vez por primera vez en el mundo, el ideal peronis-
ta que establece que la tierra debe ser de quien la trabaja. Es así como Licurgo
repartió la tierra de los espartanos en partes iguales; y se dice que en los tiem-
pos de cosecha, Licurgo comentaba, al ver todas las parvas iguales, que parecía
que la Laconia era una herencia que se había repartido entre hermanos, porque
todas las parvas de toda la Laconia eran iguales.
Y más aún: para terminar con otra de nuestras preocupaciones fundamentales,
de que existieran menos pobres y menos ricos, hizo desaparecer el dinero, reali-
zando, también en eso, una revolución económica. Hizo acuñar monedas de
hierro, porque de esa manera se terminaba con la codicia y la avaricia. Asimis-
mo, para destruir el distingo de clases, dictó una ordenanza que obligaba a que
todas las puertas fueran iguales, tanto en las mansiones señoriales como en las
humildes casas.
Por eso es que nosotros vemos en Licurgo tal vez al primer justicialista que
haya tenido la humanidad. Pensamos también que precursores del peronismo
fueron, sin duda, otros hombres extraordinarios de la jerarquía de los filósofos,
de los creadores de religiones o reformas sociales, religiosas o políticas, y tam-
bién de conductores. Y yo digo precursores del peronismo, porque como dije
antes, nosotros hemos aceptado de las doctrinas y de los grandes hombres –
digo nosotros, queriendo decir nuestro conductor, porque Perón ya nos perte-
nece a todos los argentinos que lo hemos comprendido, que lo apoyamos, y,
como somos una gran familia, lo que hace Perón es de todos- todo lo bueno que
tienen. Pero lo grande de Perón, es que ha tomado de cada doctrina los concep-
tos humanos, los conceptos de la seguridad social, los conceptos del respeto a
las leyes, los conceptos de la igualdad y de una sola clase. El es un creador;
cuanto más leemos la doctrina; cuanto más estudiamos a los hombres, más nos
damos cuenta de que estamos frente a un hombre extraordinario, un creador
que no tiene nada que envidiar a los grandes creadores de la humanidad. Yo
diría que ningún hombre de este tipo puede dejar de considerarse, en cierto
modo, de cerca o de lejos, propulsor de una doctrina. Por eso, en este marco de
grandes, podríamos colocar a Confucio, a Alejandro, a Santo Tomás, a Rous-
seau, a Napoleón, e incluso a Marx, aunque en algunos casos no hayan sido más
que alentados por las intenciones del bien común. Todos ellos no son más que
jefes de rutas de la humanidad, jefes de ruta que algunas veces equivocaron el
camino, pero que por sendas derechas o torcidas vienen de muy lejos a terminar
en nuestra doctrina y nuestra realidad magnífica que nos da Perón. Fueros
creadores, y no fueron de ese grupo numeroso que les gusta andar sobre las
cosas hechas; fueron del grupo pequeño de los que les gusta crear.
Para tomar un poco la doctrina religiosa, vamos a tomar la doctrina cristiana y
el peronismo, pero sin pretender yo hacer aquí una comparación que escapa a
mis intenciones. Perón ha dicho que su doctrina es profundamente cristiana y

también ha dicho muchas veces que su doctrina no es una doctrina nueva; que
fue anunciada al mundo hace dos mil años, que muchos hombres han muerto
por ella, pero que quizá aun no ha sido realizada por los hombres.
Yo quisiera que ustedes profundizaran bien esta última frase, porque así com-
prenderían, y veríamos más claro muchos puntos que a veces no comprende-
mos. No está en mi ánimo hacer comparación alguna entre la figura de Cristo y
la de Perón; por lo menos yo no lo pretendo al decir estas palabras, pero debe-
mos recordar algo que dijo Perón no hace mucho y fue esto: "Nosotros, no so-
lamente hemos visto en Cristo a Dios, sino que también hemos admirado en él a
un hombre. Amamos a Cristo no sólo porque es Dios; lo amamos porque dejó
sobre el mundo algo que será eterno: el amor entre los hombres".
Yo pienso que si hay un hombre que ama a los hombres, si hay un hombre
humilde, generoso y extraordinario, dentro de su sencillez, ése es el general Pe-
rón, porque Perón no sólo es grande por su independencia económica, no sólo
es grande por su justicia social, y por lo bien alto que mantiene su soberanía, no
declamada como antes, cuando la entregaban por cuatro monedas al mejor
postor, sino una soberanía que se mantiene en los hechos.
Perón no es grande solamente por eso, ni por haber creado su gran doctrina.
Perón es grande también en sus pequeños detalles. Yo le oí decir no hace mucho
al doctor Mendé, en un comentario que me hizo hablando conmigo, porque
conversamos muy a menudo –y sobre que otro tema se puede hablar conmigo
que no sea el del General-: "Cuando a mí me llamaron para ser ministro de Pe-
rón, tuve un poco de miedo. Lo había idealizado a Perón y pensé si no sería
cierto eso que decía Napoleón, de que ningún hombre es grande para su ayuda
de cámara". "Después de un año tengo que decir que Perón es tan grande que lo
es para su ayuda de cámara. Y nosotros los ministros, ¿qué somos sino un ayu-
da de cámara de Perón? Somos tan pequeños dentro de su grandeza que yo
puedo afirmar que Perón ha superado eso que no ha superado ningún gran
hombre". Es que Perón es humilde hasta en sus pequeños detalles.
Pero volviendo al cristianismo. Nosotros los peronistas concebimos el cristia-
nismo práctico y no teórico. Por eso, nosotros hemos creado una doctrina que es
práctica y no teórica. Yo muchas veces me he dicho, viendo la grandeza extra-
ordinaria de la doctrina de Perón: ¿Cómo no va a ser maravillosa si es nada
menos que una idea de Dios realizada por un hombre? ¿Y en qué reside? En
realizarla como Dios la quiso. Y en eso reside su grandeza: realizarla con los
humildes y entre los humildes.
En medio de este mundo lleno de sombras en que se levanta esta voz justicialis-
ta que es el peronismo, pareciera que la palabra justicialista asusta a muchos
hombres que levantan tribunas como defensores del pueblo, mucho más que el
comunismo. Yo pensaba estos días, en una conferencia que me tocó presidir, si
el mundo querrá la felicidad de la humanidad o sólo aspira a hacerle la jugada

un poco carnavalesca y sangrienta de utilizar la bandera del bien para intereses
mezquinos y subalternos. Nosotros tenemos que pensar, y llamar un poco a la
reflexión a la humanidad, sobre todo a los hombres que tienen la responsabili-
dad de dirigir a los pueblos. A mi juicio el carnaval no tiene más que seis días al
año, y, por lo tanto, es necesario que nos quitemos la careta y que tomemos la
realidad, no cerrando los ojos a ella, y que la veamos con los ojos que la ve Pe-
rón, con los ojos del amor, de la solidaridad y de la fraternidad, que es lo único
que puede construir una humanidad feliz. Para ello, es necesario que no le
hagamos la sangrienta payasada que le han hecho los "defensores" del pueblo a
los trabajadores. Por ejemplo durante 30 años se han erigido en defensores de
ellos y han estado siguiendo a un capitalismo cruento, sin patria ni bandera, y
cuando una persona de América levantó la voz para pedir la palabra justicialis-
ta, se escandalizaron como si se hubiera pronunciado la peor de las ofensas que
se puedan decir.
Yo soy una mujer idealista. He abrazado con amor la causa del pueblo y en eso
tengo que dar gracias a Perón y a Dios por haberme iluminado bastante joven,
como par poder ofrecer una vida larga al servicio de la causa del pueblo, que,
por ser la causa del hombre, ha de ser una causa superior. Como mujer idealista
y joven, entonces, no podía aceptar y me daba náuseas –como decía Cristo- que
hombres tibios, pero cobardes, no sostuvieran con la sinceridad, con al honra-
dez y con el espíritu de sacrificio que hay que sostener la verdadera bandera
que es la de la felicidad y la de la seguridad mundial.
Es por eso que cada vez que trato más a los hombres, amo más a Perón. Me re-
fiero a los hombres que se erigen en dirigentes y que son falsos apóstoles; que lo
único que quieren es llegar, para, después de llegar, traicionar. Por eso, cuando
veo en este mundo de sombras y de egoísmo, que se levanta la voz justicialista
de nuestro peronismo, me acuerdo siempre de aquello que dijo León Bloy: "Na-
poleón es el rostro de Dios en las tinieblas". Para nosotros, acepto esta frase por
lo que significa, y haciéndole un poco de plagio a León Bloy, digo que para no-
sotros –y con mucha justicia y gran certeza- Perón es el rostro de Dios en la os-
curidad, sobre todo en la oscuridad de este momento que atraviesa la humani-
dad.
Perón no sólo es esperanza para los argentinos. Perón ya no nos pertenece; Pe-
rón es bandera para todos los pueblos con sed de justicia, con sed de reivindica-
ciones y con sed de igualdad. Yo he podido comprobar cómo nos envidian mu-
chos porque lo tenemos a Perón; cómo nos quieren otros por lo mismo y cómo
disfrutan otros en que haya tantos malos argentinos, creyendo que los malos
argentinos serán más y que lo dejarán pasar a Perón, para poder cumplir ellos
su política de imperialismo, ya sea de derecha o de izquierda. Los que las dis-
frutan son las fuerzas del mal en esta Argentina en que los argentinos nos sen-
timos orgullosos, pero no como antes, por una cuestión de novelería, porque no
éramos argentinos con dignidad. Hoy somos argentinos en toda la extensión de
la palabra. Somos los argentinos que soñaron los patriotas de ayer, somos los

argentinos ya reivindicados, a quienes ha colocado en el sitio de privilegio, el
genio, el creador, el conductor, el guía: el general Perón.
Después de efectuar estas incursiones por la filosofía universal de la historia
para hacer las comparaciones doctrinarias con nuestra doctrina y con nuestro
Líder, el general Perón, es que, en esta materia de la Historia del Peronismo, he
querido que ustedes lo comprendan bien a Perón. Yo no puedo descubrirles a
Perón, porque, como bien dije hace poco, si un poeta quisiera cantarle al sol o
un pintor pintarlo, yo los consideraría locos. Al sol no hay que cantarle ni pin-
tarlo: hay que salir a verlo y, aun viéndolo, uno se deslumbra. Yo invito a uste-
des a que salgan a ver a Perón, a que lo conozcan profundamente: se deslum-
brarán, pero cada día lo amarán más entrañablemente y rogarán a Dios para
que podamos obtener de este hombre extraordinario el mayor provecho posible
para el bienestar y engrandecimiento de nuestra patria y de su pueblo.
Y cuando el general Perón se haya ido definitivamente en lo material, no se
habrá alejado jamás del corazón de los argentinos, porque nos habrá dejado su
obra y nos acompañará siempre su presencia superior.
Hasta la próxima clase."

No hay comentarios:

Publicar un comentario