CARTA DEL GENERAL:
Este escrito del General Perón fue introducido en un cofre y luego enterrado en plaza de mayo, en 1950 para conmemorar la reconquista de Buenos Aires de las manos inglesas.
Jóvenes
argentinos:
La juventud
argentina del año 2.000 querrá volver sus ojos hacia el pasado y exigir a la
historia una rendición de cuentas encaminada a enjuiciar el uso que los
gobernantes de todos los tiempos han hecho del sagrado depósito que en sus
manos fueron poniendo las generaciones precedentes y también si sus actos y sus
doctrinas fueron suficientes para llevar el bienestar a sus pueblos y para
conseguir la paz entre las naciones.
Por desgracia
para nosotros, ese balance no nos ha sido nada favorable. Anticipémonos a él
para que conste al menos nuestra buena fe y confesemos lealmente que ni los
rectores de los pueblos ni las masas regidas, han sabido lograr el camino de la
felicidad individual y colectiva.
En el
transcurso de los siglos, hemos progresado de manera gigantesca en el orden material
y científico y si cada día se avanza en la limitación del dolor, es solamente
en su aspecto físico, porque en el moral el camino recorrido ha sido pequeño.
El egoísmo ha
regido muchas veces los actos de gobierno, y no es el amor al prójimo ni siquiera
la comprensión o la tolerancia, lo que mueve las determinaciones humanas.
Esa acusación
resulta aplicable tanto a los pueblos como a los individuos. Cierto de que en
uno y en otros se dan ejemplos de altruismo, pero como hechos aislados de poca
o ninguna influencia en la marcha de la humanidad. Es cierto que en ocasiones
parece que se ha dado un gran impulso en favor de los nobles ideales y de las
causas justas, pero la realidad nos llama a sí y nos hace ver que todo era una
ilusión. Apenas terminada una guerra, ponemos nuestra esperanza en que ha de
ser la última, porque las diferencias entre las naciones se han de resolver por
las vías del derecho aplicado por los organismos internacionales. Pocos años
bastan para demostrarnos con un conflicto bélico de mayores proporciones el
tremendo error en que habíamos caído. Hasta el aspecto caballeresco de las
batallas se ha perdido y hoy vemos con el corazón empedernido cómo al cabo de
veinte siglos de civilización cristiana caen en la lucha niños, mujeres y ancianos.
Apenas un
conflicto social ha sido resuelto, vemos asomar otro de más grandes
proporciones, no siempre solucionado por las vías de la inteligencia y de la
armonía, sino por la coacción estatal o dé las propias partes contendientes más
fuertes, no el de mejor derecho.
Frente a esta
lamentable realidad ¿de qué han servido las doctrinas políticas, las teorías
económicas y las lucubraciones sociales? Ni las democracias ni las tiranías ni
los empirismos antiguos ni los conceptos modernos han sido suficientes para
aquietar las pasiones o para coordinar los anhelos. La libertad misma queda
limitada a una hermosa palabra de muy escaso contenido, pues cada cual la
entiende y la aplica en su propio beneficio. El capitalismo se vale de ella no
para elevar la condición de los trabajadores procurando su bienestar sino para
deprimirles y explotarles. Los poseedores de la riqueza no quieren compartirla
con los desposeídos sino aceptarla y monopolizarla. E inversamente los falsos
apóstoles del proletariado quieren la libertad más para usarla. como un arma''
en la lucha de clases que para obtener lo que sus reivindicaciones tengan de
justas.
No ha empezado
a alborar el liberalismo económico cuando para impedir sus abusos tiene el
Estado que iniciar una intervención cada día más intensa a fin de evitar el
daño entre las partes y el daño a la colectividad. Pero tampoco su
intervencionismo constituye remedio eficaz porque o es partidista o trata de
anular las libertades individuales y con ellas a la propia persona humana.
El mundo ha
fracasado. Mas este fracaso, ¿ será tan absoluto que no deje un mínimo
resquicio a la esperanza? Posiblemente podamos mantener el optimismo con la
ilusión de que el avance de la humanidad hacia su bienestar es tan lento que no
lo percibimos, pero, de cada evolución queda una partícula aprovechable para el
mejor desarrollo de la humanidad. El avance es invisible y está oculto por sus
propios vicios a que antes he aludido; pero no por eso deja de existir.
Se haría más
perceptible si cada uno de nosotros se despojase de algo propio en beneficio de
sus semejantes, si tratase de dirimir las disputas con la razón y no con la
violencia. Dentro de mis posibilidades así he procurado hacerlo y en este
sentido he orientado mi labor de gobernante. Válgame por lo menos la intención
y sea ella la que juzguen y valoren mis críticos del porvenir.
La humanidad
debe comprender que hay que formar una juventud inspirada en otros
sentimientos, que sea capaz de realizar lo que nosotros no hemos sido capaces.
Esa es la verdad, es la amarga verdad que la humanidad ha vivido y es también
la verdad más grande que en estos tiempos debemos sustentar sin egoísmos,
porque éstos no han conducido más que a desastres.
En nuestra
querida Argentina el panorama descripto se ha sentido sin ser cruento, pero en
el orden general los hechos prueban que ha sido el acierto la resolución que ha
precedido nuestra realidad. La independencia política que heredamos de nuestros
mayores hasta nuestros días, no había sido efectivizada por la independencia
económica que permitiera decir con verdad que constituíamos una nación
socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Por eso
nosotros hemos luchado sin descanso para imponer la justicia social que
suprimiera la miseria en medio de la abundancia; por eso hemos declarado y
realizado la independencia económica que nos permitiera reconquistar lo perdido
y crear una Argentina para los argentinos, y por ese nosotros vivimos velando
porque la soberanía de la
Patria sea inviolable e inviolada mientras haya un argentino
que pueda oponer su pecho al avance de toda prepotencia extranjera, destinada a
menguar el derecho que cada argentino tiene de decidir por sí dentro de las
fronteras de su tierra.
Contra un mundo
que ha fracasado, dejamos una doctrina justa y un programa de acción para ser
cumplido por nuestra juventud: ésa será su responsabilidad ante la Historia.
Quiera Dios que
ese juicio les sea favorable y que al leer este mensaje de un humilde
argentino, que amó mucho, a su Patria y trató de servirla honradamente, podáis,
hermanos del 2000, lanzar vuestra mirada sobre la Gran Argentina que
soñamos, por la cual vivimos, luchamos y sufrimos
Juan Perón
Atte: SOMOS PERONISMO
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