TERCER CLASE DICTADA EL 5 DE ABRIL DE 1951
En la primera clase dije que la historia universal era la historia de los grandes
hombres y de las masas humanas que se llaman pueblo.
En la segunda clase hemos hablado en líneas generales acerca de lo que han
significado en la historia del mundo algunos de los grandes hombres.
Como primeras conclusiones yo podría decir:
1o) Que ningún hombre extraordinario puede dejar de considerarse precursor
de nuestro movimiento peronista.
2o) Que el peronismo ha tomado lo mejor que han concebido a través de la his-toria humana los filósofos y los conductores. El peronismo, no sólo lo ha reali-zado sino que los ha superado.
Estas son las conclusiones, a mi juicio, de lo hablado en las clases anteriores, las
que se pueden comprobar con los hechos.
Lo que los filósofos y conductores querían era la felicidad de los pueblos. Nin-gún pueblo ha sido tan feliz como lo es el pueblo argentino en este momento,
gracias a Perón y a su doctrina.
Esto es en síntesis lo que hemos tratado en las dos clases anteriores.
Ustedes perdonarán que haga un comentario –antes de entrar al tema de hoy-acerca de la felicidad que hoy tienen los argentinos.
Nadie puede negar que nuestro pueblo es extraordinariamente feliz. El pueblo
tiene lo que quiere. No hay inseguridad en el porvenir puesto que trabajan to-dos los que quieren. Los pueblos amenazados no son felices porque no están
seguros.
Voy a traer un recuerdo de mi viaje por Europa. Al pasar por Francia, Italia,
países con pueblos maravillosos, veía que éstos se hallaban angustiados, preci-samente, porque pensaban en el porvenir. Es que ellos, que formaban una gene-ración que había sufrido dos guerras, veían que de la noche a la mañana podían
ser arrastrados a otra guerra sin consutárseles siquiera. Por eso es que, cuando
yo andaba por las calles, tanto en Francia como en Italia no se oía más que un
solo grito: "Queremos ir a la Argentina de Perón". Ese grito, que podría parecer
intrascendente, es importantísimo, máxime tratándose de pueblos tan lejanos y
con una civilización tan grande, porque veían a la Argentina como la meta de
sus sueños, de su seguridad y de sus esperanzas en un porvenir mejor.
Esas palabras, que no eran dichas por algunos sino que eran el clamor de todos
los trabajadores, me hizo pensar muy profundamente en la obra extraordinaria
que realizaba el General, y que había traspasado las fronteras de la patria para
hacerse bandera y estandarte de los pueblos trabajadores.
Yo creo que hay muy poca justicia en el mundo. En muchos países existe –no lo
dudo- una justicia individual, pero esa justicia es incompleta, porque no inter-viene todo el pueblo en la solución de los graves problemas que afectan a los
trabajadores y a los humildes, que forman la mayoría de los pueblos.
Solamente aquí los trabajadores viven seguros de que su patria es justa para
ellos y saben que hay justicia para todos. Esa es una base fundamental para la
felicidad.
Yo sé que no son éstas todas las razones que hacen feliz al pueblo argentino.
Pero sé que el pueblo argentino es muy feliz, y no voy a enumerar todas las ra-zones de esa felicidad porque el tiempo es corto. Lo veo, por ejemplo, cuando
salimos con el General. Veo cómo se extienden los brazos para abrazar al Gene-ral y cómo gritan su nombre con cariño. Cuando vivo esos momentos pienso
que, si nuestros adversarios viesen, recién entenderían las razones de este vín-culo entre Perón y su pueblo. Cuando miro a Perón, me siento pueblo y por eso
soy fanática del General; y cuando miro al pueblo, me siento esposa del General
y entonces soy fanática del pueblo.
Cómo no voy a serlo, cuando veo que el pueblo lo quiere tanto a Perón y para
mí Perón es lo único que alienta mi propia vida y por él estoy dispuesta a en-tregar todos mis esfuerzos, para colaborar en la obra ciclópea de nuestro gran
Presidente y conductor.
Ustedes perdonarán mi largo prólogo; yo no siempre puedo resistir a la tenta-ción de hablar del General.
Vamos a hablar hoy de la historia de los pueblos como antecedente fundamen-tal de la historia peronista. En nuestro movimiento hay dos elementos funda-mentales; el General nos ha enseñado a llamarlos elementos de la conducción:
son el pueblo o la masa, y el conductor. Muchas veces pienso que si el General
hubiese nacido en otro lugar del mundo, no hubiera podido manifestarse lo ex-traordinario de su genio, porque le hubiera faltado un pueblo como el argentino
para conducir. Nuestro pueblo es indudablemente extraordinario. Yo no quiero
entretenerme hablando de este tema, pues tendría que tomar varias horas para
ello, pero les prometo dedicar especialmente una clase al pueblo argentino. Sin
embargo, no puedo menos de recordar una cosa grande que solamente puede
explicarse por la grandeza de nuestro pueblo, capaz de concebir y realizar un 17
de Octubre. Para hacer lo que los descamisados hicieron, se necesitaban dos
cosas: un prisionero como Perón y un pueblo como el nuestro para libertarlo.
Lo que dije yo cuando hablaba de la historia de los grandes hombres, tengo que
repetirlo hoy al referirme a la historia de los grandes pueblos. Ustedes dirán:
para qué estudiar la historia de los grandes pueblos si a nosotros solamente nos
toca estudiar, en nuestra materia, la historia del peronismo. Es que tenemos que
comparar lo que es nuestro pueblo con relación a otros grandes pueblos de la
humanidad que nos han precedido. Para llegar a esto que hoy es nuestro pue-blo, la humanidad ha hecho muchos y grandes sacrificios y numerosos intentos,
y cada intento ha dejado a los hombres una lección y una experiencia. Podemos
así decir, entonces, que la historia del peronismo es como la historia del mundo;
es la suma de dos historias: la de Perón, que es el hombre extraordinario, y la de
nuestro pueblo, que es un pueblo extraordinario. Y así como la grandeza de Pe-rón no se puede medir sino comparándola con la grandeza de los hombres ex-traordinarios que lo precedieron, tampoco puede medirse lo que ha hecho y lo
que es el pueblo argentino, si no apreciamos primero lo que han hecho otros
pueblos en el afán de ser lo que somos: un pueblo libre.
Es por eso que voy a remitirme un poco a la historia universal para hacer una
comparación de las esperanzas, de las inquietudes y de los afanes de grandes
pueblos en busca de su propia felicidad. La historia de los pueblos no es más
que la larga enumeración de los esfuerzos con que las masas humanas tratan de
convertirse en pueblos. Este punto merece una aclaración especial, puesto que
yo tengo un punto de vista con el cual creo que todos ustedes coinciden, en
cuanto a la distinción de masa y de pueblo.
El hombre civilizado se diferencia del hombre salvaje en una sola cosa funda-mental: el hombre salvaje no tiene conciencia de su dignidad de hombre; es co-mo si no tuviese alma humana; no tiene personalidad. El hombre civilizado tie-ne conciencia de su dignidad, sabe que tiene un alma superior y, sobre todas las
cosas, se siente hombre. La misma relación podemos establecer entre la masa y
el pueblo. Las masas no tienen conciencia colectiva, conciencia social; los pue-blos son, en cambio, masas que han adquirido conciencia social. Es como si los
pueblos tuviesen alma, y por eso mismo sienten y piensan, es decir, tienen per-sonalidad social y organización social.
Vamos a tomar un ejemplo. Napoleón decía que un ejemplo lo aclara todo. El
pueblo espartano: en Esparta tenemos bien claro el ejemplo de pueblo y de ma-sas. Podemos decir con justeza que los espartanos constituyeron un gran pue-blo. ¿Por qué? Porque tuvieron las tres condiciones características de los pue-blos: conciencia social, personalidad social y organización social. Tenían con-ciencia social porque cada uno se sentía responsable del destino común. Eso fue
lo que le hizo decir a Licurgo: "no está sin muros la ciudad que se ve coronada
de hombres y no de ladrillos". Tal era el grado de conciencia social o conciencia
colectiva que tenían los espartanos, que cuando alguien dijo a un rey de Esparta
que Esparta se había salvado porque sus reyes sabían matar, el rey contestó: No;
Esparta se ha salvado porque su pueblo sabe obedecer. Mejor podríamos decir,
que porque tenía conciencia colectiva, personalidad y organización social.
Individualmente, los espartanos tenían personalidad de pueblo y organización
social. Pero esto vale solamente para el núcleo de ciudadanos de Esparta consti-tuido por los espartanos que, como habíamos dicho, en los tiempos de Licurgo
eran solamente nueve mil. Ellos eran todos iguales ante la ley, participando en
el Gobierno y en las asambleas mensuales del pueblo. Ese era el pueblo espar-tano. Pero frente a los espartanos, podemos oponer a la masa de los ilotas, que
sumaban más de 200.000 y estaban excluidos por los espartanos: constituían
una masa. ¿Por qué? Porque no tenían la condición de pueblo, al no tener con-ciencia social, ni organización social, ni personalidad social. Ellos eran los ex-cluidos de Esparta. Los espartanos les prohibían reunirse, llevar armas, salir de
noche y como se multiplicaban, terminaron por autorizar a los jóvenes a la cace-ría de ilotas un día al año.
Consecuencia del ejemplo: el cuadro que nos presenta Esparta, nos hace ver el
gran ejemplo del hombre, de la humanidad, que ha concebido, a través de los
años, una lucha para convertirse en pueblo, para pasar de la esclavitud a la li-bertad, de la explotación a la igualdad y de ser un animal de trabajo, a sentirse y
ser hombre.
Yo podría hacer una diferenciación fundamental ante ustedes, de lo que es ma-sa y de lo que es pueblo, como lo he dicho anteriormente: Masa: 1o, sin concien-cia colectiva o social; 2o, sin personalidad social, y 3o, sin organización social.
Esto es, para mí, masa. Pueblo: 1o, con conciencia colectiva y social; 2o, con per-sonalidad social, y 3o, con organización social.
Podríamos ofrecer una enumeración secundaria para definir la masa. La masa
casi siempre se expresa en forma violenta: tomemos por ejemplo la revolución
francesa y la revolución rusa de 1917, que luego estudiaremos. La masa está
formada por los explotados. La masa no tiene conciencia de su unidad. Por eso
es dominada fácilmente por los explotadores. Y eso se explica muy fácilmente.
Si tuviera conciencia de su unidad, de su personalidad social y de su organiza-ción social, una minoría no podría haber explotado a la masa, como han sido
explotados y lo siguen siendo muchos pueblos en la humanidad.
En la masa no hay privilegiados. Por ejemplo, tomando algunas diferencias se-cundarias, diremos que el pueblo siente y piensa; el pueblo expresa su voluntad
en forma de movimiento bien orientado, firme y permanente. Podemos tomar
por ejemplo al pueblo judío, como una expresión de pueblo.
El pueblo judío, que estuvo dos mil años disperso por el mundo, ha luchado
orgánicamente, con una conciencia tan adentrada de pueblo, que ha conseguido
el milagro de formar nuevamente su país en la tierra de la que fuera arrojado
hace dos mil años. Eso es lo que permanece, cuando los hombres luchan orga-nizados, con conciencia y con personalidad de pueblo. Ese es un ejemplo muy
interesante. La Revolución de Mayo, la revolución americana en general y otras
revoluciones, también demuestran lo que son pueblos con conciencia y persona-lidad.
El pueblo está constituido por hombres libres; el pueblo tiene conciencia de su
dignidad, por eso es invencible y no puede ser explotado cuando es pueblo. En
el pueblo todos tienen iguales privilegios; por eso, no hay privilegiados. Todo
movimiento que aspire a hacer la felicidad de los hombres, debe tratar de que
éstos constituyan un verdadero pueblo. Esa es la historia de los pueblos, en cu-yo largo camino las masas han luchado por alcanzar la gran dignidad de lla-marse pueblos.
La historia del peronismo es ya una lucha larga de siete años para conseguir
que una masa sufriente y sudorosa –como tantas veces la llamó el coronel Pe-rón- se transformase en un pueblo con conciencia social, con personalidad social
y con organización social. Recuerden ustedes cuántas veces el general Perón
habló a los obreros, a los industriales, a los comerciantes, a los profesionales, a
todos, diciéndoles que debían organizarse. Es que nuestro gran maestro, con-ductor y guía, el General, pensó que para que nuestro movimiento fuera per-manente era necesario que esa masa sufriente y sudorosa pasase a ser pueblo
con personalidad propia. Perón quiere un pueblo que sienta y que piense, que
actúe bien orientado; por eso le señaló tres grandes objetivos: justicia social, in-dependencia económica y soberanía política. Perón quiere un pueblo unido,
porque así nadie lo explotará ni será vencido por ninguna fuerza del mundo.
Perón quiere un pueblo en el que todos sean privilegiados.
Vamos a pasar a nuestro tema, porque si yo empezara a hablar del General ten-dría que decir tantas cosas como las que él quiere para los argentinos, que el
tiempo me sería corto.
Es interesante que señale algunos episodios de la historia a través de los cuales
puede verse a las masas luchar para convertirse en pueblo. No consideraremos
más que algunos pocos de ellos, porque tenemos medido el tiempo. Pero desde
ya podemos afirmar, como cuando hablé de los grandes hombres, que todo
movimiento popular realizado en la historia no puede dejar de ser para noso-tros, en alguna forma, precursor del movimiento peronista, que es eminente-mente popular. En tal sentido, debemos decir que la lucha de los pueblos ha
sido una lucha sorda y larga, tanto que casi la historia no la recuerda. Porque la
historia ha sido escrita no para las masas sino, en general, para los privilegiados
de todos los tiempos. Y esto nos lo explicaremos muy fácilmente, porque cuan-do alguna vez la historia nos habla de esas luchas es solamente para mencionar
la generosidad de algún filósofo, político o reformador, y por eso sabemos cuál
era la triste condición en que vivían antes. Así es alabado Solón en Atenas, por-que prohibió que los acreedores vendiesen a los deudores, y por eso sabemos
que antes de él los acreedores vendían a los deudores. Pero no se habló del es-carnio antes de Solón, porque lo que han querido en la historia es exaltar la ge-nerosidad de un hombre y no descubrir la situación de un pueblo.
La historia, por hacer las alabanzas de Solón, nos hace conocer, sin querer, la
historia de las masas sometidas a la más denigrante tiranía. Aunque las masas
de todos los tiempos han hecho la historia sin escribirla nunca.. Ningún pueblo
mandó escribir su propia. Sin embargo, casi ningún rey dejó de cuidar este de-talle, tal vez más para justificarse ante la historia que para decir la verdad, y a
veces –por qué no decirlo- para escribir sus propias alabanzas y la de sus hom-bres.
Por eso no conocemos la lucha de los pueblos antiguos y sí conocemos la gloria
de los emperadores y de los reyes, como en el caso de los egipcios. Cada pirá-
mide es un capítulo de historia. Es el relato de la vida misma de una dinastía.
Pero, nadie escribió jamás la historia de todos los dolores que cada dinastía hizo
sufrir a sus masas para construir sus propias glorias y alabanzas. Pero nosotros,
en cada una de esas piedras en que está escrita la historia de cada dinastía con
sus glorias y esplendores, vemos y vislumbramos el sacrificio, la explotación y
el sufrimiento de esa masa.
Cuando visité París, me impresionó profundamente la tumba de Napoleón. Re-cuerdo que hasta un canillita de París me dijo: "¿No ha visto usted a Napoleón?"
El pueblo francés no olvidará jamás a su emperador, a pesar de lo que lo hizo
sufrir. Para los franceses, Napoleón es un recuerdo vivo y permanente, y todos
sus gestos son conocidos en Francia de memoria. Miles de libros se han escrito
sobre él, sobre sus victorias y derrotas. Pero nadie se ha acordado jamás de es-cribir la historia de los miles y miles de millares de hombres que murieron por
un capricho genial de crear un imperio. La Tumba del Soldado Desconocido es
el único recuerdo para la inmensa masa de los que murieron, cuyos nombres
nadie sabe, absolutamente nadie.
La historia de los pueblos, que todavía no ha sido escrita, no podrá ser escrita
tal vez nunca. Por eso yo me debo conformar con señalarles algunos pocos
hechos y algunas deducciones que nos hacemos nosotros acerca de las grande-zas de los grandes filósofos, de los conductores, de los reyes y emperadores a
través de los cuales vislumbramos la miseria y el dolor de sus masas.
De Roma, solamente quiero recordar la lucha de los plebeyos por su liberación,
que duró siglos para conseguir las cuatro igualdades: civil, social, política y re-ligiosa.
Sobre este tema de los plebeyos y los patricios hablaremos en otra clase. Hoy
vamos a tomar el primer capítulo, que obliga a describir a la masa y qué es la
Revolución Francesa. Yo no voy a hacer el análisis de lo que es para nosotros,
como precedente o como signo precursor, la Revolución Francesa. Pero no pue-do menos que citarla aquí. Maritain confirma que, desde la Revolución Francesa
el sentido de la libertad y de la justicia social ha trastornado y vivificado nues-tra civilización.
Yo he pensado muchas veces con simpatía en el pueblo francés, que supo ven-cer así por primera vez a la historia y al privilegio. Fue aquél el primer intento
de la masa de hacerse fuerte. Todavía, su lucha y aquel intento tuvo sus grandes
errores, puesto que desembocó en la tiranía de Robespierre. Es que la Revolu-ción Francesa no encontró el conductor que la supiese dirigir y canalizar honra-da y lealmente. Pero, sin aquella experiencia formidable, tal vez hoy no sería-mos libres. No diríamos, como decimos, que ha llegado la hora de los pueblos.
La revolución rusa de 1917, por ejemplo, fue otro intento de las masas para
hacerse pueblo. Otra vez aquí, en Rusia, una masa sometida y explotada decide
hacerse justicia por su propia mano y destruir a las fuerzas opresoras del privi-legio más crudo y denigrante, que era el poder de los zares. Desgraciadamente,
aquello tampoco ha terminado bien; pero todos estos hechos van dejando pro-fundas enseñanzas a las masas humanas y no debemos despreciarlos sino valo-rizarlos como un gran ejemplo y también –por qué no decirlo- como una gran
contribución para la humanidad, de esos pueblos en esa ardua lucha por su
propia dignificación. Tanto la Revolución Francesa como la rusa fueron movi-mientos de masas desorganizadas a las que luego nadie, ningún conductor, qui-so conducir honradamente. Por eso el triunfo fue momentáneo. Sin embargo,
cada uno de esos triunfos ha ido creando en la masa una conciencia mayor de
su dignidad de pueblo y poco a poco ha ido creciendo en el mundo la idea de
realizar la verdadera democracia; no esa democracia cantada y declamada para
intereses mezquinos, sino la democracia en que el gobierno del pueblo y para el
pueblo ha de ser una realidad.
Perón ha dicho: "La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo
que el pueblo quiere, y defiende un solo interés: el del pueblo". Benditos los
pueblos que tienen un conductor que piensa y que actúa como nuestro gran
conductor, maestro y guía, el general Perón.
Esto no es sólo un principio de doctrina peronista; es una inmensa y maravillo-sa realidad argentina. El movimiento peronista fue también, el 17 de Octubre,
una gran reacción de masas, mayor quizás que la misma Revolución Francesa,
aunque pacífica. ¿Cuál es la diferencia y por qué el movimiento peronista su-peró a la Revolución Francesa? Porque la masa supo inclinarse por un conduc-tor que no tuvieron ni la Revolución Francesa ni la revolución rusa. Porque el
coronel Perón quiso probar que esa masa lo quería de verdad y decidió enton-ces que lo eligiese libremente el 24 de Febrero. Diríamos nosotros: porque el
coronel Perón amaba profundamente al pueblo y no tenía mezquinos intereses
políticos ni personales, sino nada más que un solo interés: servir a la patria y al
pueblo. Porque Perón, desde antes del 17 de Octubre, ya había empezado a lu-char por dar a la masa sufriente y sudorosa de los argentinos, conciencia social,
personalidad social y organización social. Ya había empezado a formar de los
argentinos un pueblo, un verdadero pueblo.
En mi primera clase yo cité a un gran escritor alemán que afirma que la desgra-cia de la historia consiste, precisamente, en que no siempre los grandes hombres
se encuentran con los grandes pueblos. Tal vez esto no sea del todo verdad. Es
cierto que casi nunca las masas han encontrado, en sus grandes movimientos,
un buen conductor; pero también es cierto que casi nunca un gran conductor ha
querido conducir un pueblo de hombres libres. Más bien todos han querido
mandar sobre las masas, y por eso han tratado de mantenerlas en la ignorancia.
Porque ellos no han querido conducir, sino mandar; ellos no han querido reali-zar cuestiones permanentes, sino realizar cuestiones personales, para su propio
interés personal y político, y para su propio partido.
Por eso el general Perón es grande. Nosotros, los partidarios del General, que lo
seguimos, no nos damos cuenta todavía de su gran personalidad y de sus quila-tes. Tal vez por tenerlo demasiado cerca al General, no lo valoramos. El pueblo
nos demuestra que conserva sus valores morales y espirituales permanentes,
puesto que ha sabido valorarlo al General. En cambio, los mediocres no han
podido valorarlo al General. Lo único que pido es luz para sus almas, para que
puedan ver la genial figura del General y comprender su error y su tristeza de
no haber podido ver la luz y haber tomado el camino de la sombra.
Perón es tan grande que en sus clases –que sigo con tanto cariño como todos sus
actos- habla siempre diciendo "nosotros". Pero él es el conductor. Claro que el
General no puede cambiar la historia universal: el conductor nace, no se hace. Y
no nacen dos en el mismo siglo y en el mismo pueblo, porque esto no se com-pra, como la ropa hecha. En este siglo, nosotros tenemos el privilegio de tenerlo
a Perón, y aceptamos la doctrina de Perón. Por eso es grande Perón... Porque
nos ha legado una doctrina. Pero mientras Perón tenga los ojos abiertos, los ar-gentinos no seguirán más que a Perón, a Perón y a Perón.
El General nos habla así en su generosidad. Yo repito lo que siempre he dicho:
no sólo es grande Perón por sus grandes obras y sus grandes realizaciones, sino
que es grande hasta en los pequeños detalles. Solamente un genio y un hombre
de los quilates de Perón puede ser tan extraordinariamente genial para englobar
a todos nosotros al hablar de su doctrina y al hablar del conductor. El General
podrá sacar buenos realizadores; podrá acercarnos a nosotros buenos discípu-los, pero jamás seremos maestros; maestro hay uno solo.
Si miramos un poco la historia desde este balcón alto del siglo XX, veremos que
los grandes conductores y líderes algunas veces han logrado tener discípulos.
Lo grande de Perón es que, aunque él no lo diga, aspira a que todos seamos
buenos discípulos de su doctrina. Pero nosotros aspiramos a algo más: a com-prender, aplicar, realizar y predicar su doctrina, a amar su doctrina. Pero por
sobre todo, ambicionamos una cosa: parecernos y acercarnos hacia la figura
grandiosa del creador de la doctrina y del realizador de la felicidad argentina: el
General Perón.
Nosotros sabemos perfectamente, aunque Perón, en su humildad, no quiere
hablar de sí mismo, que él lo es todo. Es el alma, el nervio, la esperanza y la rea-lidad del pueblo argentino. Nosotros sabemos que sol hay uno solo, y que aquí,
en nuestro movimiento, hay un solo hombre que tiene luz propia: Perón. Todos
nos alimentamos de su luz. Si alguien se cree algo dentro de nuestro movimien-to, si cae en el error de creerse que es alguien con personalidad propia en nues-tro movimiento, nosotros nos reímos de ver hasta dónde puede llegar la igno-rancia, hasta dónde puede perder la vanidad, hasta dónde puede perder la am-bición de los hombres, que los hace creerse alguien cuando, en el mismo siglo y
en ese pueblo, hay un conductor, un guía y un maestro. Aquí tenemos al genio,
tenemos al conductor, y todos los demás, todos, si diferencia –porque no hay
diferencia-, todos, luchamos por conquistarnos un puesto de lucha al lado del
General; todos luchamos por comprenderlo a Perón, que es comprender a la
patria y al pueblo argentino; y todos luchamos por realizar todos los días un
poco más en al obra peronista, o sea, por acercarnos a la interpretación perfecta
de su doctrina y de su conducción, mirándonos siempre en el espejo del general
Perón.
Por eso, todos somos iguales después del general Perón; nadie es más y nadie es
menos. Los que no lo quieran comprender, allá ellos: Dios ciega al que quiere
perder; primero, la masa los discute, no los acepta totalmente, ya que no acepta
más que al líder, al genio, al conductor, al maestro; después, la masa les paga
con aquello con que pagan todos los pueblos a los Judas: con el desprecio y el
olvido.
Por eso, nosotros hombres y mujeres humildes, pero superiores por nuestra
grandeza espiritual y moral, aspiramos a una sola cosa: a no sentirnos más de lo
que somos, pero tampoco menos de lo que podemos ser, y a servir lealmente y
hasta el sacrificio a nuestro General.
Y aquí yo quiero hacer notar que algunos piensan y hacen comparaciones un
poco risueñas, por no decir profanas, entre ciertos caudillos y el General. Pero el
general Perón no es un caudillo.
Perón es un genio, es un conductor, es un líder, y ellos piensan que, como ha
pasado con esos caudillos, puede ser reemplazado, pero un genio y un conduc-tor, jamás. Con él muere el movimiento. El movimiento será permanente si los
hombres, a través de él, aun después de haberse ido, siguen teniendo su luz, su
bandera y su doctrina. Es por eso que Perón no podrá ser reemplazado jamás
dentro de nuestro movimiento peronista, ni ahora ni después. Por eso no podrá
ser olvidado por el pueblo argentino, porque no pasará a la historia entre los
caudillos políticos. El grabará una página en la historia entre los grandes patrio-tas y conductores más perfectos que ha tenido la Argentina.
Por eso, nosotros no tenemos más que a Perón; no vemos más que por los ojos
de Perón; no sentimos más que por Perón y no hablamos más que por boca de
Perón. Ese debe ser nuestro gran objetivo, y si aun nos saliéramos de esa línea
de conducta, el pueblo, que es maravilloso, porque hay algo que se siente, que
se palpa pero que no se puede controlar, nos haría perder en la noche y caería-mos en el desprecio de todos los ciudadanos argentinos, porque se habría per-dido nuestro movimiento, por no haber sabido tener la entereza moral, política
y patriótica de no darnos cuenta que a los genios no se les puede comparar ni
profanar con ninguna figura de su siglo, porque son eso: genios.
Por eso es que nosotros lo vemos a Perón cada día más grandes, aun cuando –
como ya he dicho- él se elimina como conductor y nos llama a todos nosotros
conductores y cuando el General, en su grandeza espiritual, dice: "nosotros
hacemos tal cosa".
Nosotros lo seguimos, nosotros tratamos de interpretarlo, tratamos de ayudar-lo, porque tenemos la enorme responsabilidad ante las futuras generaciones de
argentinos de demostrar, eso sí, que esta generación de argentinos ha sido be-nemérita porque ha sabido valorar en el sacrificio constante y en su fe inque-brantable a un hombre de los quilates del general Perón y legarles a ellos la
hora de bonanza y de prosperidad que estamos viviendo.
Por todo esto yo creo que nuestro movimiento triunfará, y el triunfo nuestro
será permanente como ningún otro en la historia. Perón quiere conducir a un
pueblo de hombres libres y dignos, y nosotros ya somos –gracias a él- un pue-blo de hombres libres y dignos, que ay tiene personalidad, que se va organi-zando a pasos agigantados. Yo no quiero entretenerlos más. En la próxima clasehablaremos del pueblo y de los sistemas capitalistas.
Atte: SOMOS PERONISMO