Crónica de un 17 de octubre: “No me ha temblado el pulso”
En una recepción oficial, de izquierda a derecha: Perón, el comodoro Bartolomé de la Colina, el General Edelmiro J. Farrell, el General Juan Pistarini. Año 1944.
Un día después, el 9 de octubre los jefes de Campo de Mayo se reúnen y el general Ávalos se entrevista con el presidente Farrell para pedir la renuncia de Perón (incumpliendo lo prometido un día antes).
Farrell se traslada a Campo de Mayo, para resistir el ultimátum del grupo.
Algunos jefes le decían a Perón que reprima el levantamiento; pero él les dice que esa decisión estaba en manos del presidente, y que él no derramara una gota de sangre para defender su posición personal.
Para el caso de que Farrell decidiera reprimir, habían tropas leales en todo el país...
pero lo cierto era que no convenía una escisión en el ejército en esas circunstancias.
A las cinco de la tarde el general Pistarini, le transmite a Perón un mensaje de Farrell:
Su renuncia era conveniente.
Enseguida Perón se pone a escribir su renuncia:
“Excelentísimo señor presidente (encabeza el documento):
Renunció a los cargos de Vicepresidente, ministro de guerra y secretario de Trabajo y previsión, con que su excelencia ha sabido honrarme. Juan D. Perón”.
Años después Perón explicaría que la carta fue escrita en manuscrita para que vean que “no le temblaba el pulso” al escribirla, y que se iba feliz sin haber sacrificado una gota de sangre.
Perón, al reflexionar sobre los hechos tiempo después, nunca entendería la reacción de Ávalos cuando un año antes había jurado obediencia a Farrell y a él, diría al respecto:
“Lo que no he podido explicarme hasta ahora es por qué Campo de Mayo se amotinó para pedir mi renuncia, cuando yo desde un primer momento ofrecí mi renuncia espontáneamente”. (...) Tampoco he podido explicarme las causas por las cuales no se me dijo claramente lo que se tramaba y se puso como pretexto el nombramiento de un funcionario, asunto que, por futileza no resistía el menor análisis. de haber procedido francamente, yo les hubiera obviado el camino con mi eliminación inmediata, máxime cuando tenia persuasión más absoluta que fracasarían irremisiblemente las cosas y la incapacidad de los llamados a realizarlas. Ello tampoco escapaba de la incapacidad de Farrell, quien ya me había abierto los ojos sobre el proceder de algunos hombres”.
Fuente: Civita, César; Pavón Pereyra, Enrique. Perón, el hombre del destino. Tomo I. 1974. Abril Educativa y Cultural S.A. Buenos Aires, Argentina